Bienvenido a mi mundo

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gracias por la imagen a Germán Banchio

domingo, 10 de febrero de 2013

A Prairie Home Companion (El último show) (Robert Altman, 2006)

En la prensa leí que “El Ultimo Show es una suave y nostálgica evocación de la América profunda”. Boludeces, nada más lejano a lo que se puede aprehender viendo la película.
"El Ultimo Show" es la despedida de Robert Altman. Su manera dulce y sencilla de decir adiós. 
Quien no haya visto la película podrá pensar que estoy hablando de un film melancólico y triste. Sí, de alguna manera lo es. Está sobrecargado de empujones hacia la sensiblería y a la chabacanería, pero creo que hechos a propósito, como jugueteando con un amigo muy querido.
Toda la puesta en escena crea en el espectador la sensación de estar metido no en los ojos de la cámara (hacia afuera), sino en la visión de la mente (hacia adentro). La mente que es un teatro de variedades por donde desfilan los protagonistas de las vivencias de Robert Altman.
La escasa luminosidad, el sonido medido, la falta de llamados a la realidad, hace que uno se deslice en un mundo de entresueño y ambigüedades. Lo mismo que sucede en nuestro inconsciente.
Desde el momento en que entendemos que se trata del último programa radial emitido en vivo desde un teatro todo nos remite a los años cuarenta. Pero no es verdad. La luz es de los años cuarenta, pero hay comentarios tales como que “ya no se va a poder escuchar una canción en vivo sino que deberemos resignarnos a escucharlas desde una computadora”. Este comentario sobresalta, porque causa un corto circuito con la imagen que la película intenta insinuar. Todo se vuelve intemporal, tal como sucede en nuestra mente.
Tampoco los intérpretes están elegidos para camouflarse dentro de esta escenografía oscura. Todos ellos se adaptan perfectamente a un mundo de personajes internos, por donde el dolor y la alegría del mundo, la cotidianidad y la falta de ambiciones crean una atmósfera de dulzura agridulce.
Claro que hay personajes muy claros. Está el ángel (Virginia Madsen), que antes que ella misma lo declare ya uno ha imaginado como un emisario de la muerte, cargada de presagios, deslizándose por los diferentes ambientes como un fantasma. 
Y está el muerto (L.Q. Jones). Desde el primer momento en que aparece ya uno sabe que está en el film para morirse. Es la carta de identidad de Robert Altman.
Qué significan personajes como el detective Guy Noir (Kevin Kline, vaya nombrecito alusivo a los detectives hollywoodenses) que es el hilo conductor de esta pseudo realidad y que está contratado para vigilar la seguridad dentro del programa o como el empresario (Tommy Lee Jones) que ha comprado el teatro para convertirlo en un garage de estacionamiento (vaya comentario sarcástico) y que quiere filmar el último programa con su cámara de video…. Solo Altman lo podría decir con tanta precisión. 
De la misma descripción hay muchas cosas que vuelan hacia la imaginación. Los podemos interpretar como la faceta de control en el espíritu de Altman y como una burla a su propia despedida.
Pero también hay llamados desesperados hacia el futuro. La asistente (Maya Rudolph) está embarazada y a punto de dar a luz. Lola, (Lindsay Lohan) la joven hija de Yolanda (Meryl Streep) escribe poemas en su cuaderno. Claro que todos ellos, según el mismo personaje declara, hablan acerca del suicidio.
Entonces, para retomar la línea de mi crónica, es en suma, la forma que este magnífico hombre de cine eligió para decir adiós a todos aquellos que de alguna manera hemos saboreado sus creaciones.
No creo que se haya muerto a propósito después de hacer este film, creo que su enfermedad (cáncer) de alguna manera lo empujó a no dejar abierta su obra. A sentir la obligación de cerrarla desde lo más íntimo de sus sentimientos, como diciendo adiós a los amigos.
Las canciones que entonan Meryl Streep y Lily Tomlin son para poner la piel de gallina. Cargadas de emotividad y de repetidos llamados a lo que se fue a lo que ya no es. Como para que uno entienda que no sólo se está hablando de recuerdos, sino que se los está vivenciando. Y sin embargo no es triste. Al mejor estilo Altman una suave sonrisa lo envuelve todo.
Me gustaría que el mismo tipo de sonrisa cerrara esta crónica, para aquel que supo construir durante toda su filmografía una radiografía amena y sarcástica de este mundo cargado de debilidades.
Por supuesto que, con toda humildad, mi calificación es de 10 puntos sobre 10.


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