Bienvenido a mi mundo

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gracias por la imagen a Germán Banchio

miércoles, 17 de junio de 2015

El último show (A Prairie Home Companion) (Robert Altman, 2006) 🌟🌟🌟🌟🌟

En una reseña leí que “El último show" es una suave y nostálgica evocación de la América profunda. Boludeces, nada más lejano a lo que se puede percibir viendo la película.
"El último show" es la despedida de Robert Altman. Su manera dulce y sencilla de decir adiós. Quien no haya visto la película podrá pensar que estoy hablando de un film melancólico o triste. Sí, de alguna manera lo es. Está sobrecargado de empujones hacia la sensiblería, pero creo que puestos a propósito.
Toda la puesta en escena crea en el espectador la sensación de estar metido no en los ojos de la cámara, sino en el mundo de la mente. La mente que es un teatro de variedades por donde desfilan los protagonistas de las vivencias de Robert Altman.
La escasa luminosidad, el sonido medido, la falta de llamados a la realidad, hace que uno se deslice en un mundo de entresueño y ambigüedades. Lo mismo que sucede en nuestro inconsciente.
Desde el momento en que entendemos que se trata del último programa radial emitido en vivo desde un teatro todo nos remite a los años cuarenta. Pero no es verdad. La luz es de los años cuarenta, pero escuchamos comentarios tales como que “ya no se va a poder escuchar una canción en vivo sino que deberemos resignarnos a escucharlas desde una computadora”. Este comentario sobresalta, porque no coincide con la imagen que la película intenta insinuar. Todo se vuelve intemporal, tal como sucede en nuestra mente.
Tampoco los intérpretes están elegidos para destacar dentro de esa escenografía oscura. Todos ellos se adaptan perfectamente a un mundo de personajes internos, por donde el dolor y la alegría del mundo, la cotidianidad y la falta de ambiciones crean una atmósfera de dulzura agridulce.
Claro que hay personajes muy claros. Está el ángel (Virginia Madsen), que antes que ella misma lo defina ya uno la ha imaginado como emisaria de la muerte. Cargada de presagios, deslizándose por los diferentes ambientes como un fantasma. Y está el muerto (L.Q. Jones). Desde el primer momento en que aparece ya uno se imagina que está en el film para morirse. Es la carta de identidad de Robert Altman.
Qué significan personajes como el detective Guy Noir (vaya nombrecito rememorando los detectives hollywoodenses) (Kevin Kline) que es el hilo conductor de esta pseudo realidad y que está contratado para vigilar la seguridad dentro del programa o como el empresario (Tommy Lee Jones) que ha comprado el teatro para convertirlo en un estacionamiento (vaya comentario sarcástico) y que quiere filmar el último programa con su cámara de video…. Solo Altman lo podría decir. En la misma descripción hay muchas cosas que hacen volar hacia la imaginación. Las podemos interpretar como la faceta de control en el espíritu de Altman y como una burla a su propia despedida.
Pero también hay llamados desesperados hacia el futuro. La asistente (Maya Rudolph) está embarazada y a punto de dar a luz. Lola (Lindsay Lohan), la hija de Yolanda (Meryl Streep) escribe poemas en su cuaderno. Claro que todos ellos, según el mismo personaje declara, hablan acerca del suicidio.
Entonces, para retomar la línea de mi crónica, es en suma, la forma que este magnífico hombre de cine eligió para decir adiós a todos aquellos que de alguna manera hemos saboreado sus creaciones.
No creo que se haya muerto a propósito después de hacer este film, creo que su enfermedad (cáncer) de alguna manera lo empujó a no dejar abierta su obra. A sentir la obligación de cerrarla desde lo más íntimo de sus sentimientos, como diciendo adiós a los amigos.
Las canciones que entonan Meryl Streep y Lily Tomlin son para poner la piel de gallina. Cargadas de emotividad y de repetidos llamados a lo que ya no es. Como para que uno entienda que no sólo se está hablando de recuerdos, sino que se los está vivenciando. Y sin embargo no es triste. Al mejor estilo Altman una suave sonrisa lo envuelve todo.
El humor zafado de Dusty (Woody Harrelson) y Lefty (John C. Reilly) que lleva el lenguaje a extremos impensables en la obra de Altman, son una descarga de su líbido resplandeciente.

Me gustaría que el mismo tipo de sonrisa cerrara esta crónica, para aquel que supo construir durante toda su filmografía una radiografía amena y sarcástica de este mundo cargado de debilidades.
No voy a mencionar ningún intento de calificación para una película que brilla por sí misma en la historia del cine.

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